Por Victor De Gennaro.
La primera vez, saliendo de Río Turbio en tiempos de la dictadura genocida, me invadió esa sensación de que nosotros nos íbamos de y ellos se quedaban.
Allí, en lo más austral del continente, pegado a la Cordillera, resistía un pueblo acostumbrado a los rigores pero dispuesto a defender su empresa y la Patria.
La primera defensa fue cuando enfrentamos los intentos de cierre de Alfonsin, contestamos desde el socavón con los mineros que no estábamos dispuestos a aceptarlo.
Luego Menem pasó por allí y prometió que desde sus entrañas nacería la revolución productiva y el salariazo, logrando la elección más alta del país a su favor.
A los seis meses estábamos en bocamina en asamblea popular defendiendo contra la privatización, el futuro de la empresa y su cuenca.
Conocimos por primera vez eso de decir una cosa y hacer otra, tan típico de los presidentes argentinos en la actualidad.
Resistimos hasta el punto de lograr una “concesión”, lo que nos daba tiempo de convencer a los compatriotas de que había otra posibilidad.
El Congreso de los Trabajadores en Rio Turbio a mediados de los 90 con sentido común resolvió que es más barato transportar energía del carbón transformado allí, que llevarlo miles de kilómetros en tren y barcos.
Habíamos encontrado la respuesta que consolidaba a la ciudad y su cuenca por más de cien años de acuerdo a las reservas de carbón ubicadas en sus entrañas.
Faltaba poder para hacerlo. Menem dijo no y De La Rúa descarriló al poco tiempo de mandato.
La esperanza renació y creció Néstor Kirchner, abogado alguna vez de los mineros, conocía y sabía lo que era esa ciudad y su pueblo.
Tardamos unos años, pero se firmó en el marco de una gran alegría y felicidad la construcción de la Usina en bocamina, ya luego se encargarían de hacer llegar el interconectado para cerrar el circuito económico y la vida de los habitantes patagónicos.
Era maravilloso, había poder para terminar la Usina y hacerla funcionar.
Y como si hubieran sacado la lotería, durante ocho años se financió esa propuesta racional que elaboraron los trabajadores, los científicos y técnicos del carbón.
Recorrí con los compañeros el año pasado los túneles, la maquinaria, los talleres, sin la producción necesaria que demanda la Usina; la pavorosa y planificada desinversión estaba a la vista y mucho antes del cambio de gerentes.
El cambio de Gobierno Nacional, de la cual la empresa depende, trajo más zozobra pues sin anestesia intenta cerrarla definitivamente.
Hoy salta la corrupción por desvío de los fondos aprobados para su construcción y funcionamiento.
Por supuesto que hay que ir fondo con De Vido y compañía.
Hay corrupción, pero también estafa y fraude político de De Vido y los Kirchner desairando la confianza de la comunidad que ve como malversaron los fondos públicos, pero también como rifaron la esperanza de una vida de trabajo y felicidad en Río Turbio.
Cuando Menem le confesó a Bernardo Neustad que durante la campaña electoral no dijo lo que iba a hacer cuando fuera presidente porque si no lo votaban, declaró que era capaz de malversar el voto popular. Es decir, lo más sagrado: El mandato de su pueblo.
La corrupción viene primero por la cabeza y el corazón y termina en las monedas, entendí entonces.
Hoy, cuando tantos cómplices se callan y se ocultan en los fueros para no estar a disposición de la Justicia y se naturaliza la corrupción y la decadencia para sostener un régimen de privilegios para unos pocos, mientras la mayoría de nuestro pueblo padece desocupación, hambre, pobreza y penurias crecientes, es hora de plantar bandera y decir basta.
Más que nunca debemos redoblar nuestro esfuerzo y compromiso para recuperar la política como instrumento de transformación de la sociedad y no de enriquecimiento ilícito de los funcionarios y sus socios, que a más de treinta años de recuperada la democracia actúan como gerentes del poder para consolidar una economía altamente dependiente, con una escandalosa concentración y extranjerización de la riqueza.